Customer Experience en Argentina: una oportunidad desaprovechada

May 13, 2025 | Customer Experience

La experiencia del cliente —o Customer Experience (CX)— no es un concepto de moda ni una estrategia reservada a las grandes multinacionales. Se trata, sencillamente, de la percepción total que un cliente construye sobre una marca en función de todas sus interacciones con ella. Desde una consulta en redes sociales, pasando por una compra en una tienda física, hasta una queja por mal servicio: todo suma. Y lo que el cliente percibe, más allá de la intención de la empresa, es lo que determina su lealtad, su recomendación o su huida.

En términos simples, si un cliente siente que fue bien tratado, escuchado y valorado, es mucho más probable que vuelva y que hable bien de la marca. Esto no es un discurso vacío: un estudio de PwC reveló que el 73% de los consumidores considera que la experiencia del cliente es un factor clave al momento de comprar. Incluso están dispuestos a pagar más por una experiencia superior. Por el contrario, si sienten que fueron ignorados, mal atendidos o simplemente tratados con indiferencia, el daño a la marca puede ser irreversible.

La experiencia del cliente no se reduce a “atender bien”. Implica diseñar procesos coherentes, facilitar el acceso a información, resolver problemas con agilidad, mostrar empatía y anticiparse a necesidades. CX es una estrategia transversal: involucra marketing, ventas, logística, soporte, recursos humanos, tecnología y más. Y aunque suena complejo, su implementación parte de algo tan básico como escuchar de verdad.

El gran error de muchas empresas argentinas es pensar que la experiencia del cliente es “un costo” o un lujo innecesario. Pero en un mercado cada vez más competitivo, donde el producto ya no es el único diferenciador, descuidar este aspecto es equivalente a dejar dinero (y reputación) sobre la mesa. CX no es un gasto: es una inversión que impacta directamente en la fidelización, la reputación y la rentabilidad.

El peso silencioso de las reseñas negativas

En Argentina, miles de consumidores expresan cada día su frustración o satisfacción a través de plataformas como Google Reviews, TripAdvisor, Yelp, Booking, Facebook y similares. Lo que antes era una conversación entre conocidos ahora es una huella pública y permanente en Internet. Una mala experiencia ya no queda entre cuatro paredes: se convierte en un testimonio digital que puede ser visto por cientos o miles de personas, muchas de las cuales están decidiendo dónde gastar su dinero.

A pesar de esto, sorprende ver la cantidad de empresas en Argentina —incluso marcas con múltiples sucursales— que no responden a las reseñas negativas. Algunas tienen calificaciones globales de 2 o 3 estrellas, con comentarios repetidos sobre malos tratos, demoras, desorganización o productos en mal estado, y sin embargo, no hay una sola respuesta oficial. Esto no solo demuestra una falta de gestión reputacional, sino una desconexión total con la realidad del cliente digital.

Responder reseñas no es un acto simbólico ni una tarea de marketing. Es una forma de mostrar que la empresa escucha, se preocupa y toma acción. Incluso cuando no hay una solución inmediata, un simple “lamentamos lo sucedido, nos gustaría contactarte para resolverlo” ya marca una diferencia. De hecho, estudios muestran que un cliente insatisfecho puede reconsiderar su postura si recibe una respuesta rápida, empática y útil. Pero si lo único que encuentra es silencio, o peor, un ¡Gracias por su comentario!, su frustración se multiplica.

Este fenómeno no es exclusivo del retail. Restaurantes, clínicas, gimnasios, concesionarios, inmobiliarias y hasta organismos públicos presentan el mismo patrón: dejan que las reseñas se acumulen sin intervenir. Y así se genera un efecto bola de nieve: las reseñas negativas atraen más atención, bajan el promedio de la empresa y disuaden a futuros clientes. Una empresa con 2.8 estrellas en Google no solo tiene un problema de reputación: tiene una fuga constante de ingresos que no está midiendo.

¿Por qué Argentina ignora lo que en otros países es prioridad?

En países como Chile, Brasil, México y Uruguay, la experiencia del cliente ya forma parte del ADN de muchas organizaciones. No es casualidad que en estos países existan áreas específicas de CX dentro de las empresas, consultoras especializadas y estudios recurrentes sobre la percepción del consumidor. ¿Qué ocurre entonces en Argentina? ¿Por qué esta temática no recibe la misma atención? La respuesta es multifactorial, pero revela un patrón preocupante.

Primero, existe una subestimación cultural del cliente. En muchos rubros, todavía se considera que el cliente debe adaptarse a la empresa y no al revés. La idea de que “hacemos lo mejor que podemos” se usa como escudo frente a las críticas, ignorando que lo que importa no es la intención, sino la percepción. Esta lógica paternalista —donde la empresa cree saber más que el cliente— está profundamente arraigada y obstaculiza cualquier evolución real.

Segundo, se confunde experiencia con servicio. Muchas empresas creen que tener empleados amables o locales limpios es suficiente para hablar de “buena experiencia”. Pero CX va mucho más allá: implica anticipar problemas, resolverlos con eficiencia, ofrecer canales múltiples de contacto, respetar los tiempos del cliente y asegurar una comunicación clara. La experiencia del cliente se diseña, no se improvisa.

Tercero, la falta de profesionalización en pymes y emprendimientos. Muchas empresas priorizan la supervivencia diaria y no pueden —o no quieren— invertir en estrategias de mediano plazo. Pero esto es un error estratégico. Justamente en momentos de crisis, cuidar la experiencia del cliente puede ser un factor de diferenciación decisivo. No se trata de grandes presupuestos, sino de actitud y cultura.

Por último, hay una falta de presión social. En mercados como el chileno o brasileño, una empresa con reputación online negativa difícilmente sobreviva sin tomar medidas. En Argentina, en cambio, muchos consumidores están acostumbrados a servicios deficientes y no exigen tanto. Esa tolerancia generalizada, alimenta la pasividad de las empresas. Pero este escenario está cambiando, especialmente con nuevas generaciones más críticas y digitales.

Las consecuencias invisibles de no escuchar

Ignorar la experiencia del cliente no solo afecta las reseñas. Tiene consecuencias económicas concretas, aunque muchas veces invisibles para quienes no miden bien sus indicadores. Una mala experiencia puede implicar la pérdida de un cliente actual, pero también de muchos potenciales que nunca lo serán. Según un estudio de Qualtrics, el 80% de los clientes que cambian de marca lo hacen por una mala experiencia, no por el precio.

Las consecuencias también se extienden a la reputación general de la empresa. Una organización que acumula reseñas negativas empieza a ser evitada por aliados estratégicos: proveedores, franquicias, socios e inversores. Incluso el talento humano se ve afectado: nadie quiere trabajar en una empresa desprestigiada o con un ambiente tóxico hacia el cliente. El costo reputacional es silencioso, pero persistente y corrosivo.

Otra consecuencia es el estancamiento del crecimiento. Cuando una empresa no escucha ni corrige sus errores, repite los mismos problemas una y otra vez. Esto impide innovar, diversificarse o escalar. Peor aún: puede derivar en demandas, conflictos legales, multas por organismos de defensa al consumidor y crisis mediáticas que afectan la continuidad del negocio. Hay empresas en Argentina que cerraron no por falta de producto, sino por una suma de malas experiencias acumuladas.

Y hay una consecuencia más profunda: la pérdida de confianza. En Argentina, los consumidores ya son escépticos por default, una mala experiencia refuerza la idea de que “todas las empresas son iguales”. Esto daña no solo a la marca en cuestión, sino al mercado en general. Es por eso que priorizar la experiencia del cliente no solo es una estrategia inteligente: es una forma de construir un ecosistema empresarial más saludable, competitivo y ético.

Cómo revertir el panorama (sin gastar una fortuna)

Mejorar la experiencia del cliente no requiere siempre de grandes inversiones, sino de voluntad, coherencia y pequeños cambios acumulativos. El primer paso es asumir que toda crítica es una oportunidad. Cada reseña negativa, cada queja por WhatsApp, cada consulta no respondida es un termómetro que nos está diciendo algo. Escuchar con atención, sin defensividad, es el inicio de toda mejora real.

Lo segundo es construir una cultura interna centrada en el cliente. Esto no significa repetir slogans de marketing, sino formar a los equipos para pensar desde la perspectiva del usuario. Un empleado empoderado para resolver problemas con criterio propio, sin seguir un guion robótico, genera buenas experiencias. Las empresas que logran esto no necesitan gastar millones: simplemente tienen sentido común bien aplicado.

Tercero, usar tecnología de manera inteligente. Hoy no es necesario depender de herramientas genéricas ni contratar multinacionales para gestionar la experiencia del cliente. Existen plataformas locales como la nuestra, que integran todo en un solo sistema: desde encuestas personalizadas hasta el manejo de reclamos, alertas automáticas, trazabilidad de respuestas y análisis por inteligencia artificial. Nuestro CRM de CX permite centralizar todos los puntos de contacto con el cliente, dar seguimiento a cada caso, identificar tendencias críticas y tomar decisiones con datos en tiempo real. Ya sea para una pyme o una cadena regional, contar con una solución diseñada especialmente para el contexto argentino hace la diferencia entre reaccionar tarde o anticiparse a una crisis.

Y por último, entender que CX no es un proyecto puntual: es una forma de hacer negocios. Involucra revisar procesos, cambiar mentalidades, conectar emocionalmente con los clientes y medir resultados de forma constante. Las empresas que lo entienden y lo integran en su ADN no solo sobreviven, sino que lideran. En Argentina hay casos de éxito —pocos, pero valiosos— que demuestran que esto es posible. El desafío es que dejen de ser la excepción.

Conclusión: el momento de actuar es ahora

La experiencia del cliente ya no es opcional. Es un diferencial competitivo tan importante como el producto que se vende o el precio que se cobra. En Argentina, la falta de una cultura CX está generando pérdidas silenciosas que muchas empresas aún no logran dimensionar. Pero seguir ignorando el problema no hará que desaparezca: lo hará crecer.

Responder reseñas, capacitar equipos, repensar procesos y escuchar con empatía no son acciones cosméticas: son decisiones estratégicas que determinan el rumbo de un negocio. Las empresas que no reaccionen a tiempo quedarán fuera del juego, no por culpa de la competencia, sino por no haber sabido leer lo que sus propios clientes ya les estaban diciendo.

El cliente argentino está cambiando. Es más exigente, más informado, más vocal. Quiere ser escuchado, valorado, considerado. Quiere experiencias coherentes y respetuosas. Y aunque aún hay margen para mejorar, ese margen se achica cada día. El mercado no va a esperar a quienes siguen actuando como si fuera 2007.

Mystery Shopper Argentina trabaja día a día con empresas de todos los rubros para ayudarlas a transformar esta realidad. No desde la teoría, sino desde la práctica concreta: observando, midiendo y actuando. Porque al final, mejorar la experiencia del cliente no es solo un buen negocio. Es, cada vez más, la única manera de seguir en el negocio.

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